1928-1997
Paginas 39/40/41/42/43 - Los adelantados - Libro de Carlos Orlando Pardo
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Llegó esa tarde con la sonrisa amplia y las palabras gratas que refrescaban aquel día, pocas horas antes de celebrar mis primeros cincuenta años. Era excepcional que no viajara a las convocatorias de los amigos porque su actitud solidaria estaba a toda prueba. Lo noté demasiado delgado cuando le di mi abrazo, pero nada hacía suponer que la muerte corriera de prisa por sus venas. Tres meses después supe que lo habían hospitalizado de urgencia y no pasaron muchos días para recibir la noticia de su muerte. Ni qué decir de la tristeza y del traslado inmediato para entregar el duelo y compartir con su gente y sus muchos amigos el dolor colectivo. Repasamos en silencio la larga amistad que nos unió a su vida y la profunda admiración que despertaba. Ahí, rígido, estaba uno de los renovadores de la literatura nacional conocido siempre como el secularmente joven, un auténtico escritor que había logrado reflejar temáticamente los conflictos del hombre contemporáneo en sus diversas facetas y quien utilizó técnicas y modos de contar que marcaron, junto a otros escritores, el camino cierto de entrada a la modernidad de las letras colombianas. De tanto leerlo y estudiarlo sabíamos de memoria que el escritor nacido en Chaparral el 12 de diciembre de 1928 parecía condenado a ser eterno, pero ese 13 de mayo de 1997 en Bogotá, había terminado su jornada. Jamás pudimos imaginarlo que estuviera quieto. El autor, viajero impenitente y que fuera una especie de Pambelé literario porque fueron muchos los premios obtenidos nacional e internacionalmente, alcanzó a publicar catorce libros entre novelas, cuentos, poesía y crítica literaria. Su nombre era ya infaltable en el inventario de nuestras letras y sus libros de cuentos Mitin de alborada o Agua de Juego, pero en esencia Cambio de luna, Bomba de tiempo y El oído en la tierra, mostraban cómo la literatura es la vida vuelta lenguaje.
Después de la noche, incluida como reedición en la selecta colección de 50 novelas breves y una pintada, Eutiquio se mostró fiel a sus principios de riguroso experimentador de formas, Con aquella novela paradigmática en la técnica, evocamos cómo fue publicada en edición regional de la costa donde ganara en 1963 el primer premio en el concurso patrocinado por la Extensión Cultural de Bolívar. Ésta es apenas la "sinopsis de una novela", aclaró por entonces. Vemos allí la historia de la miseria, aventuras y desventuras de la cotidianidad de un pescador, de su familia, del medio que lo rodea, como si estuviéramos al frente de un agudo cortometraje que cuenta doce horas en la vida de un infortunio donde se examinan ocho o diez concepciones del mundo que conforman una especie de polifonía. Enfocada implacablemente con la objetividad de un camarógrafo pero también con la dominada sensibilidad de un artista, el libro fue calificado precursor de la novela postmoderna en Colombia. En silencio, mientras aspiraba un cigarrillo y el desfile de estudiantes universitarios parecía no acabar, reconstruí el periplo narrado en Después de la noche y me pareció que a su lado regresaba a recibirlo "El Mocho", quien quedó así por aventurarse a ejercer su oficio con dinamita. No me fue difícil ver de nuevo ahí toda una atmósfera trágica contada de manera experimental y cuando sólo tres escritores en Colombia se atrevían a este estilo de abordar la obra. El hambre, la miseria y el abandono de su familia, cuatro hijos y la mujer embarazada, lo que piensa cada uno en su plano y lo mismo las gentes a manera de coro griego, resucitaban de pronto en su velorio. El momento de partir al cementerio con Eutiquio se aproximaba, lo mismo que las etapas sucesivas de su personaje ficticio con un horario preciso, hora tras hora, comenzando el primer episodio a las seis y treinta de la tarde y el último a las seis y treinta de la mañana. Me negaba a verlo ahí y prefería repasar su vida como fundador en Colombia de los talleres literarios y releyendo los dos libros sobre su teoría, mirando su sonrisa cuando en 1996, un año antes de su muerte que nadie suponía, obtuvo en 1996 el doctorado Honoris Causa en la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla o en las horas jubilosas cuando le entregamos el primer Premio Tolimense de Literatura en 1980. Regresaba nítida su imagen y sus alegatos cuando fundamos en Ibagué la Unión Nacional de Escritores, UNE de la cual fue directivo y escribí otra vez en la imaginación los acaeceres de su vida y de su obra en el libro llamado Vida y Obra de Eutiquio Leal.
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Carlos Orlando Pardo |
Su vida de ahí en adelante fue otra porque funda el Primer Taller Literario del país en Cartagena, instaura los viernes del Paraninfo en la Universidad, gana muchos otros concursos, se vincula como profesor de medio tiempo en la Universidad de Santiago de Cali, se labra un nombre importante dentro de la literatura, regresa ai Tolima como director de Extensión Cultural de la Universidad, cofunda el grupo Pijao, instala más talleres, dicta conferencias, participa en congresos internacionales, dirige el suplemento literario de El Cronista y viaja a Bogotá donde ejerce la cátedra en la Universidad Pedagógica, en la Piloto, en la Central, en la Libre como Decano y en el Rosario como director de un postgrado en crítica.
Repasé el tránsito de sus libros como el acervo de su laborioso tránsito por la literatura. Ahí, en un lugar privilegiado de mi estudio examiné Mitin de alborada, editado por la guerrilla del sur del Tolima en 1950; Agua de Juego, sus cuentos, en 1963; Después de la noche, novela ganadora de un concurso en 1964; Cambio de luna, cuentos, aparecido en 1969, editado por Populibro; Vietnam, ruta de libertad, en 1973; Bomba de tiempo, Pijao Editores, 1974; Ronda de hadas, poemario para niños en 1978; Talleres literarios, dos volúmenes con teoría y métodos, 1984-1987; Música de sinfines, poemario en 1988 y La hora del alcatraz, su más acabada novela, en 1989, fuera del amplio volumen de cuentos El oído en la tierra, de próxima aparición por Pijao Editores.
Estábamos llenos de dolor y de nostalgia cuando los hombres de negro llegaron a llevar su cadáver. Recibí otra vez su abrazo desde las sombras de lo inasible y supe que jamás dejaría de tenerlo, que algún día llegaríamos a sus novelas inéditas El tercer tiempo y Guerrilla 15 con las cuales fuera finalista en los premios Esso de Literatura y Monte Ávila de Caracas. Supe, desde ese instante, que una parte mía se moría con él.
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