martes, 1 de abril de 2014

Nancy - Un Cuento Nacional - Elmo Valencia

Nancy
Por Elmo Valencia (José Elmo Valencia Franco)
Publicado En Lecturas Dominicales EL TIEMPO, el 19 de marzo de 1961
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- I -
Cuándo el médico llegó, ya Nancy había muerto.

Colocada sobre una alta cama, parecía un hermoso pájaro en trance de vuelo. Era dé noche y llovía a torrentes.

Ahora Nancy callaba. Su voz se había perdido por entre los corredores de lo desconocido, dejando una estela de miedo enredada en las copas de los pinos. En su garganta un ángel había desplazado la palabra después de una lucha en que los huesos de tanto ser testigos se quedaron dormidos para siempre en medio de sus pestañas húmedas. Y su pulso no tenía sonidos, porque la sangre, para poder purificarse en el polvo, había tenido que quemar sus primaverales guitarras de cuellos alargados como cebras.

Ahora la niña estaba muerta. Nancy, la pequeña Nancy; la de los ojos poblados de Andrómedas, Pegasos y Virgos boreales. Ahora se había olvidado de vivir, y tal vez con gusto, porque vivir a veces no tiene veranos.

Ahora estaba bien muerta, pálida como un velero lleno de naufragio, sin un oeste en los labios, sin una rosa de marfil en la cintura.

El médico la miró, la examinó y dijo:
- Murió de hambre.



DIBUJO de Hernán Merino Puerta

- II -

Seguía siendo de noche y seguía lloviendo a torrentes.

Desde la alta cama Nancy miraba el triste espectáculo del cielo-raso de su casa, sin cal y lleno de unas grietas, por donde las ratas nerviosamente se asomaban a verla para matar el tiempo. Eran unas ratas asquerosas, pero más asquerosa era el hambre que se le había trepado por el cuerpo. El hambre era una plaga que el hombre, a pesar de sus viajes a la luna, no había podido exterminar; no por falta de técnica, de abonos, de lluvia, de nieve, de sol; sino por su duro egoísmo.

La tierra es una madre que pare en cualquier parte, pero viene el hombre y le roba los hijos para esconderlos en sus tétricos graneros.

Muerta parecía un hermoso pájaro de fuego y de nieve. Nancy siempre había deseado volar. Las grandes mariposas amarillas que habitaban su sueño le habían hecho despertar esta extraña obsesión. Si se hubiera dado cuenta de la clase de muerte que la aguardaba, jamás hubiera soñado con ir hasta una galaxia; se hubiera contentado con el pequeño mundo de los aviones de papel y muñecas de trapo.

Pero nadie le dijo nada: ni el árbol bajo el cual soñaba, ni el agua que le servía de espejo en sus momentos de reposo.

Nancy se había ido para siempre; no volvería a ver el overol desteñido de su padre, colgando de un andrajoso alambre de púas; ni a olerle por las noches, cuando se acostaba, sus manos traspasadas de sebo podrido.

El viejo desfloripaba la carnaza en una jabonería. Tal vez sería por esto que cuando llegaba a la casa el caldo se hacía más insípido.

- III -

Cuando el médico acabó de extender el certificado de defunción, todos lloraban; menos Hermes, el padre de la niña, que, mirando la lluvia desde la ventana, rezaba con los puños  cerrados.

-Doctor, no sé cómo empezar. Traté de conseguir algún dinero en la fábrica, pero el patrón me amenazó con echarme. Se me cerraron todas las puertas. El salario es escaso. Nos pagan con muerte. Todo lo que quieren es más jabón. Como si con jabón se fuera a salvar el mundo...

Hermes hizo una pausa, se secó el sudor que le chorreaba de la frente:

-¿No podría cambiar ese certificado de defunción? ¡No puedo verlo! ¡Es horrible! Diga, doctor, que murió de cáncer o de cualquiera otra enfermedad, menos que murió de hambre.

-Amigo, no puedo. La muerte nunca miente. Puede sugerirnos que algo anda mal, pero no miente.

El llanto de los que velaban el cadáver se apagó y poco a poco el sueño se tragó la lluvia.

- IV -

Cuando los primeros gallos comenzaron a cantar. Hermes empezó a construir un pequeño ataúd con tablas de cajones vacíos de jabón.

Arriba, entre las grietas, las ratas, asomando sus grises hocicos, lo miraron abismadas. El serrucho chirrió de una manera tan lastimera, que la puerta de la calle se fue agrietando lentamente. El aserrín no caía: huía. Los pocos resortes que quedaron cayeron al suelo como gotas de una sangre espesa. Y cuando comenzó el martilleo, los primeros clavos se doblaron de miedo.

Al amanecer, grandes mariposas amarillas entraron y desaparecieron por entre la cabellera de Nancy. Entonces se sintió un olor a polen, a frescura, a rocío. Era el mensaje de la tierra anunciando estar lista para la siembra de la semilla.

Del corazón de Nancy nacería el más frondoso árbol del pan para que ninguna otra niña se muriera de hambre.

Cuando el cajón quedó listo, el pájaro de fuego y de nieve comenzó a sentir por dentro el roce sedoso de la calavera.

Aunque no había un reloj, ni siquiera para que marcara los minutos a destiempo, mientras las paredes acostaban sus bejucos a la hora señalada por el luto, Nancy fue enterrada en el jardín de los verdes insectos.

- V -

En la casa de báhareque el recuerdo de la niña creció como un durazno.

Mientras tanto, los meses y los años seguían dejándose llevar por minuteros extraños.

Cuando llegó el momento de la exhumación, todos los familiares fueron a presenciar el rito.

Los desenterradores tuvieron que cavar hondo porque el cementerios era un brazo de loma inclinada, En ese sitio la lluvia lamía hasta los huesos.

Junto a varias mariposas amarillas disecadas se encontró un árbol subterráneo con hormigueros en las piernas.

Dicen que los esqueletos no hablan el día que van a ser quemados para no perturbarles el sueño a sus cenfeas. Y, en verdad, no se oía sino el golpe fúnebre de la pica. Mientras más profundo los hombres cavaban, la pala se llenaba más de espanto que de tierra. Cuando finalmente dieron con los despojos, un raro olor se incrustó en las fisuras.

El ataúd estaba intacto. En los costados todavía podía leerse: "Jabonería Vida". A Hermes se le salieron las lágrimas.

Cuando el cajón fue sacado, ni una sola mosca vino a importunar la ceremonia.   Uno de los hombres se inclinó y lo abrió con el pico. Se oyó un quejido.

¡Nancy era una inmensa barra de jabón!.

- VI -

Luego  vieron  volar hacia el Oeste un hermoso pájaro de fuego y de nieve.

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